Por: Claudia Montero
Corría el año 1898 cuando, el 25 de enero, el mayor
buque de guerra que hubiera tocado puerto habanero llegó a La Habana con el
pretexto de realizar una “visita amistosa”. Once días más tardes, a las nueve y
cuarenta de la noche, el acorazado norteamericano volaba por los aires a la vez
que iluminaba la bahía de La Habana, debido a una misteriosa explosión.

La inexplicable y cruenta voladura dejó a su
alrededor más de 250 cadáveres, entre ellos marineros, oficiales, emigrantes y algunos
habaneros que acudieron rápidamente a auxiliar a los sobrevivientes.
En torno al origen de la explosión se difundieron
diversas suposiciones, entre ellas que fue una “detonación accidental desde
dentro”, aunque los americanos aseguraban que la explosión había sido producida
por una mina o un torpedo; mientras, los españoles sostenían que eran causas
internas.
No obstante los cubanos no salieron ilesos de esta
ensarta de mentiras; se culparon a los que estaban de acuerdo con la intervención
como presuntos autores. Esta teoría fue refutada más tarde con un análisis
histórico objetivo que indicaba que “el objetivo de la lucha de los cubanos era
la independencia de España, no la intervención norteamericana.”
La manipulación por parte de los norteamericanos
(principalmente de la prensa amarilla) del suceso del 15 de febrero de 1898,
con el objetivo de transformarlo en un pretexto para la intervención en el
conflicto hispano-cubano, fue la función principal del hundimiento del
acorazado Maine y precisamente lo que le ha dado significado al hecho.
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